El canto del cisne

15, marzo, 2008

Om mani padme hum

Filed under: Historias de la Historia,Viajes — Schwan @ 9:02 am

Hay una zona especial del mundo que, desde que la visité, me quedó grabada en el corazón de una manera muy peculiar. Hace apenas tres años pasé una temporada en el Tíbet; y, desde Lhasa, visité gran parte de lo que la «Revolución Cultural» china había dejado en pie.

Salvando todas las distancias, obviamente; cuando visitas Lhasa (Tierra de los espíritus), te invade la misma sensación que cuando llegas a Jerusalem o Benarés. Una huella especial de recogimiento y reflexión. Las dificultades puestas por las autoridades chinas para poder visitar todo lo que queríamos en la región de Tíbet fueron de todo tipo. Y no sólo para lo programado desde España, sino que allí también fue complicado llegar a visitar lo que nos proponíamos. Dificultad añadida la del idioma; porque si en China apenas nadie habla inglés, en el Tíbet habrá una docena de personas que lo hagan. Una odisea encontrar a una de ellas para que nos acompañara a tiempo completo durante casi dos semanas.

Una vez superadas las incomodidades del mal de altura (a algún miembro de la familia le costó más; pero después de estar una semana en «El Alto» de La Paz, en Bolivia, éste era un juego de niños); nos dispusimos a conocer, vivir y sentir Tíbet. Tibet es una explosión de colores, huele a fe. Es un lugar santo, bendecido con bellísimos espacios naturales. Tibet también es pobreza, un pueblo que guarda esperanzas frustradas, hastiado y resentido. Un espacio maravilloso lleno de espiritualidad y olor a aceite de yak; que lo impregna todo, como la convicción en la fe.

Cuando llegamos ya había casi un 30% de población china (de etnia Han, por supuesto); a la que las autoridades les facilitan la residencia en Tíbet. De hecho, es curioso observar cómo en el hotel de Lhasa donde nos alojamos, las tareas más duras eran realizadas por tibetanos (maleteros, limpiadoras…), mientras que las tareas de recepción y atención directa al turista, las realizaban chinos.

No voy a describir la impresión que causa el Potala, el Jokhang o los monasterios de Drepung, Sera, Pakhor o el palacio de Norbulinka. Quiero decir que a éste pueblo, invadido y sojuzgado por China, le es limitado hasta el ejercicio de su fe. Aún les ves tirados en el suelo en ésas reverencias tan llamativas llegando al Jokhang, o andando por la calle haciendo sonar sus molinillos de oración, haciendo la simbólica rueda de oración. De hecho, la guía que nos acompañaba, nos comentó que era muy fácil distinguir a un chino de un tibetano. El chino nunca lleva distintivo alguno de fe, mientras que el tibetano, si no es monje o monja, siempre lleva algo que le identifica como creyente.

Voy a contar brevemente algo de la historia de Tíbet y a contribuir al reconocimiento de un pueblo sojuzgado. China argumenta que los lazos entre China y Tíbet son antiguos porque aunque fue en 1.950 cuando las tropas del entonces presidente Mao invaden el Tíbet, China considera que ha formado parte de su territorio desde que la dinastía mongol se extendió hacia esa región del Himalaya hace unos 700 años. Este hecho fue formalizado en los siglos XVIII y XIX, cuando el Tíbet se convirtió en un protectorado de facto de China. El Tíbet finalmente se desprende del abrazo del oso chino en 1.913, cuando unilateralmente se declaró independiente.

Pero, en 1.950, China invadió el este tibetano. Un año después, los dos países firmaron el Acuerdo de los 17 Puntos, que garantizaba la autonomía tibetana y su libertad para practicar el budismo, pero aceptando el establecimiento de sedes civiles y cuarteles militares chinos en la capital del país, Lhasa. En el año 1.959, ante el incumplimiento reiterado del Acuerdo por parte de las autoridades chinas, que facilitaban la emigración y el asentamiento de miles de chinos en la región, se produjo un levantamiento que se saldó con miles de muertos.

El gobierno chino, dando un paso más en el incumplimiento del Acuerdo, en 1.965, para forzar aún más la anexión, declaró al Tíbet «región autónoma»; produciéndose nuevos levantamientos. Se sigue la reubicación a gran escala de chinos de la etnia Han en el Tíbet; donde se aplica de manera inmisericorde la Revolución Cultural de las décadas 60 y 70, provocando la destrucción de monasterios y muchas otras obras culturales. Aunque el gobierno chino autorizó «reformas de puertas abiertas» a mediados de los años 80, con el propósito de promover inversiones, los monjes tibetanos aún continúan asfixiados por los chinos. El Dalai Lama, que obtuvo el Nobel de la Paz en 1.989 por sus esfuerzos en favor de la autonomía tibetana, ha expresado que se resignaba a la idea de no lograr realmente la independencia; con la esperanza de acceder a la autonomía, aunque sólo sea cultural, de la región.

Por el incumplimiento reiterado del Acuerdo de los 17 puntos, por la brutal represión, por el absoluto desprecio de los derechos humanos que el gobierno chino practica en Tíbet, por el abuso de una dictadura que ni el ejercicio de su fe les deja, y por la falta absoluta de libertad, incluso para viajar dentro de su tierra; yo quiero hacer un llamamiento al boicot de los XXIX Juegos Olímpicos de verano que se celebrarán en China.

Y, que conste que no es que el budismo gelugpa sea santo de mi devoción, puesto que me parece una colección cerrada y complicada de creencias en fantasmas y demonios, combinado con rituales paroxísticos y horribles descripciones de monstruos, vampiros y demonios para las vidas futuras. Pero, si tanto respeto mostramos por religiones mucho más degradantes y agresivas; creo que los tibetanos tienen el mismo derecho a que se les reconozcan y se respeten sus creencias.

El título de la entrada es el mantra que se repite sin cesar por todo el Tíbet y significa paz, la joya en el loto, un saludo que desea paz a todos y recuerda al Buda. Para terminar, elijo también un proverbio tibetano que, en la resignación de lo que ellos viven como una simbólica «rueda de la vida y la muerte», constituye un ritual eterno y determinado que repiten para cuando se desea algo con impaciencia: «para mañana o la próxima vida, nunca se sabe qué llegará primero».

Espero y deseo que llegue la libertad al Tíbet antes de la próxima vida.

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