Una historia siempre triste

Hace algún tiempo hablaba con una señora, ya mayor; que intentaba ayudarnos en un proyecto que ya ha desaparecido. Y quiero recordar aquí brevemente sus palabras, y la impresión que produjeron en mí.

Ella me decía que si sólo hubiera sido triste su experiencia al abortar, hasta se podría conformar y seguir adelante. La tristeza se atenúa en los momentos alegres, pero el arrepentimiento no. Esa era su pesarosa realidad. Me contaba que quizá hubiera sido su poca experiencia, unida a muchísimas cosas: sin amigos ni familia que la apoyasen y en una ciudad nueva y deshumanizada. Me comentaba que, al menos, en su pueblo, aunque contando con que la hubieran rechazado; al menos podría contar con una o dos personas que estuvieran a su lado. En la gran ciudad no había nadie. Al padre, por supuesto, no le había vuelto a ver. Ni él supo nunca que había engendrado un hijo. Un día de soledad abrumadora en una ciudad enorme y extraña, vacía y chocante; le conoció, se sintió a gusto y acompañada y se dejó llevar por la primera sensación de contacto humano en casi dos años.

Fue una expericencia según me seguía contando, que no se la deseaba a nadie; en una consulta fría, en la que trataban a las mujeres con una profesional frialdad, como si fueran a ponerse un inyectable; y no como si te acercaras con miedo, después de semanas sin dormir; sólo llorando y acorralada al haber tomado la decisión más trascendente de toda tu vida.

Y nunca lo olvidó; me decía que ya habían pasado 28 años y que estaba segura de que moriría con ese remordimiento, que no buscaba culpables porque después de toda esa pena había llegado a la conclusión de que sólo existía una culpable: ella misma. Simplemente había elegido la cobardía, la comodidad y el miedo. Y eso había matado a su hijo: simplemente su cobardía.

Yo la animaba diciéndole que, seguramente, durante el transcurso de su vida ya habría pagado esa pena. Que una persona de corazón tan grande y tan empeñada en causas de ayuda a los demás seguro que ya estaba redimida por ello. Ella me decía que nunca podría perdonarse su cobardía: que su cobardía exclusivamente había matado a un ser humano.

Sigo preguntándome si, alguna vez, sus heridas sanarán y encontrará de nuevo la felicidad, la paz que le fue arrebatada. ¿Habrá algún tratamiento que la haga capaz de perdonarse a sí misma?

Por eso, lo único que puedo pedir desde ésta modesta ventana, a todas las mujeres es valentía, coraje y entereza. La verdadera libertad, la verdadera confianza y la verdadera sencillez pueden salvar una vida: la que a tí más te importa.

Ps.- Gracias, eos, por tu excelente trabajo.